En marzo de 1095 Alejo I, emperador bizantino, envió mensajeros para solicitar al papa Urbano II ayuda frente a los turcos. La solicitud del emperador se encontró con una respuesta favorable de Urbano, que esperaba reparar el Gran Cisma de Oriente y Occidente, que había ocurrido cuarenta años antes, y reunificar a la Iglesia bajo el mando del papado, mediante la ayuda a las iglesias orientales en un momento de necesidad.
El anuncio formal sería en el Concilio de Clermont, que se reunió en el corazón de Francia el 27 de noviembre de 1095, el papa Urbano pronunció un inspirado sermón frente a una gran audiencia de nobles y clérigos franceses. Hizo un llamamiento a su audiencia para que arrebatasen el control de Jerusalén de las manos de los musulmanes y, para enfatizar su llamamiento, explicó que Francia sufría sobrepoblación, y que la tierra de Canaán se encontraba a su disposición rebosante de leche y de miel. Habló de los problemas de la violencia entre los nobles y que la solución era girarse para ofrecer la espada al servicio de Dios: "Haced que los ladrones se vuelvan caballeros." Habló de las recompensas tanto terrenales como espirituales, ofreciendo el perdón de los pecados a todo aquel que muriese en la misión divina. Urbano hizo esta promesa investido de la legitimidad espiritual que le daba el cargo papal, y la multitud se dejó llevar en el frenesí religioso y en el entusiasmo por la misión interrumpiendo su discurso con gritos de Deus vult! (¡Dios lo quiere!) que habría de convertirse en el lema de la Primera Cruzada.
Para entender el éxito de la convocatoria a la Primera Cruzada, debe tenerse en cuenta también la situación en la que se encontraban por aquel entonces los miembros de la nobleza europea. Su estilo de vida, guerreando continuamente unos contra otros, y enfrentados de forma más o menos habitual con diversas instituciones eclesiásticas (con las que por otra parte estaban estrechamente vinculados, dada la común condición privilegiada de ambos estamentos y la identidad familiar entre alto clero y nobleza), suponía para ellos una amenaza espiritual muy seria, pues todos se veían en mayor o menor medida incursos en comportamientos que la Iglesia calificaba de pecados castigados con las penas eternas del infierno, y que en ocasiones acarreaban la más inmediata y visible pena terrenal de la excomunión, equivalente a la muerte civil. La Cruzada significaba para ellos una vía de salvación a través de una actividad que conocían y dominaban: la guerra.
La Primera Cruzada supuso políticamente la constitución de los Estados Latinos de Oriente y la recuperación para el Imperio bizantino de algunos territorios, a la vez que significó un punto de inflexión en la historia de las relaciones entre las sociedades del área mediterránea, marcado por un periodo de expansión del poder del mundo occidental y por el uso del fanatismo religioso para la guerra. También permitieron aumentar el prestigio del papado, y el resurgir, tras la caída del Imperio romano, del comercio internacional y del incremento de los intercambios que favorecieron la revitalización económica y cultural del mundo medieval.
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