En 1944, Oradour (Francia) cobijaba especialmente a un nutrido grupo de pensionistas y refugiados de las clases acomodadas, junto con niños de originarios del Mediodía-Pirineos y de la Provenza, así como varias familias de españoles refugiados del régimen de Franco, alsacianos, loreneses y varios judíos. A pesar del incremento demográfico, su economía, centrada en un sector excedentario agrícola, y especialmente en una ganadería fecunda, evitó a la población los problemas de abastecimiento, una de las principales preocupaciones de los civiles durante la guerra, sirviendo incluso de centro de aprovisionamiento para las comunas vecinas y de la capital Limoges, a unos 25 km al sur, que disponían del servicio de tranvía para sus desplazamientos. En líneas generales, los autores destacan que se había establecido entre los vecinos y refugiados una impresión de vida en seguridad y tranquilidad, reforzada por la ausencia de actividad guerrillera por parte del maquis.
En la mañana del sábado 10 de junio, había en Oradour-sur-Glane una particular afluencia de vecinos propios y refugiados, convocados por la celebración de una visita médica para los niños y por una distribución de tabaco, así como de forasteros en descanso de fin de semana. A la hora del almuerzo, los restaurantes de los hoteles estaban a rebosar, principalmente por los pensionistas, mientras que los profesores de los dos grupos escolares de Oradour, que contaban con 191 inscritos, se preparaban para la vuelta a las clases de la tarde.
Hacia las 14:15 h , coincidiendo con el final del almuerzo, una columna alemana compuesta de una decena de vehículos, 3 camiones y 2 blindados semioruga, pertencientes a la 3ª Compañía del 1er Batallón del Regimiento Der Führer, de la División SS Das Reich entraron en Oradour.Los militares buscaron al «tambour de ville» (pregonero), Jean Depierrefiche, que también era el herrero, para que recorriese las calles convocando a todas personas a presentarse en la plaza del mercado para inspección de sus documentos de identificación. Mientras tanto, otros soldados fueron en busca de los vecinos que se encontraban en sus viviendas o puestos de trabajo, forzando a algunos con brutalidad y brusquedad a dirigirse al punto de agrupamiento sin más miramientos.
Acusando al pueblo de servir de depósito de armas para la guerrilla, el oficial Adolf Dieckmann ordenó al alcalde seleccionar a 30 rehenes. El alcalde respondió rechazando la acusación pues la realidad era que no existían esas armas, pero se puso él mismo a disposición del oficial. Los SS procedieron entonces a separar a los hombres de las mujeres y niños, para llevarlos en grupo hacia las afueras del pueblo, mientras que estos últimos eran retenidos y conducidos hacia el interior de la iglesia. La maniobra no había terminado cuando una granada de humo explotó en la iglesia, desencadenando la reacción de pánico en las mujeres y niños a la que sin embargo, los SS respondieron acribillándolos con los fusiles ametralladores. La explosión sirvió también como señal acordada para que los soldados apostados con ametralladoras pesadas en las afueras iniciaran el fusilamiento de los varones agrupados, a término del cual, los soldados caminaron entre los cuerpos tendidos para, inspeccionádolos pistola en mano, disparar sobre los que todavía agonizaban. Después, durante varios días se fueron agruparon los cadáveres y tras cubrirlos con cal viva, se les prendió fuego mientras que de manera sistemática, se procedió al incendio de cada uno de los edificios del pueblo, hasta la partida definitiva de la unidad hacia el frente de Normandía el 13 de junio. En total fueron asesinados 642 habitantes de Oradour, 207 de ellos niños.
Al final de la guerra, las ruinas de la población fueron mantenidas en su estado por orden del gobierno francés de Charles de Gaulle, como recuerdo de este crimen y símbolo de los sufrimientos causados por la ocupación nazi, deviniendo un símbolo al mismo título que otras villas europeas objeto de similares ataques. Sigue sin reconstruirse.
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