La situación interna de Austria en 1938 amenezaba con una una guerra civil entre el gobierno y los nazis austriacos, que recibían financiamiento y armas del propio Tercer Reich, y que habían logrado captar una gran cantidad de simpatizantes entre la juventud austriaca que sufría del desempleo debido a la Gran Depresión de 1929 que aún afectaba a Austria. En este contexto de disturbios sociales, el canciller Kurt Schuschnigg fue convocado a una reunión con Hitler. El programa exigido por Hitler era claro: amnistía a los nazis austriacos por los crímenes cometidos y darles puestos en el gobierno, establecer un sistema de colaboración mutua entre la Wehrmacht y el ejército federal austriaco, e inserción de Austria en el área aduanera alemana, a cambio de que Alemania no interviniese más en la crisis política.
Kurt Schuschnigg aceptó dar libertad a los nazis austriacos encarcelados, y entregó el Ministerio de Policía al nazi local Arthur Seyss-Inquart, en un último intento de mantener la independencia de Austria. No obstante, los nazis austriacos no se daban por satisfechos, por lo cual los atentados y sabotajes nazis prosiguieron.
El plan de Hitler era que el presidente Miklas destituyese a Schuschnigg ante el temor de una guerra civil y que nombrase a Seyss-Inquart como canciller de Austria. Luego estaba planeado que Seyss-Inquart aprovecharía su nuevo cargo para solicitar ayuda militar a Alemania con el objetivo de poner fin a la crisis austriaca, disipando así toda apariencia de invasión alemana.
Sin recibir noticias de Viena sobre la designación de Seyss-Inquart como canciller austriaco, Hitler entró en furia y ordenó a las tropas de la Wehrmacht proceder con la invasión de Austria a las 22.00 del 11 de marzo, Hitler ordena también la falsificación de un telegrama supuestamente enviado por Seyss-Inquart desde Viena como nuevo canciller y en donde este jefe nazi pedía ayuda a Hitler para restablecer el orden en Austria.
En la mañana del 12 de marzo, el presidente Miklas aceptó finalmente designar a Seyss-Inquart como canciller austriaco, pero esta medida resultaba inútil pues al amanecer las tropas de la Wehrmacht alemana ya habían cruzado la frontera, iniciando su invasión. Hitler mismo cruzó la frontera austriaca el sábado 12 de marzo a las 16.00, dirigiéndose a Braunau am Inn, su localidad natal, y más tarde a Linz.
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